2 nov 2011

La transformación de un neonazi en EEUU


Con la piel roída, la mata de pelo que no sabe muy cómo peinarse y las gafas de montura de metal que lleva, Bryon Widner parece un tímido hombre introvertido. En cierta medida lo es. Todavía no se ha acostumbrado a llevar una vida normal. Hace unos cuatro años, Widner era un hombre diametralmente opuesto al que proyecta hoy, y su aspecto lo delataba.

Con la cara llena de tatuajes de esvásticas y otros símbolos de ese movimiento racista conocido como el "Supremacismo blanco" (el nombre es lo suficientemente autodescriptivo), Widner era uno de los matones más peligrosos y reputados de Estados Unidos. Líder de una banda de skin heads que se dedicaba a sembrar el terror entre los ciudadanos que no tuvieran rasgos caucásicos, era uno de los mayores exponentes del racismo más radical y nocivo conocido en el primer mundo.
De ahí que el cambio de apariencia sea tan importante. Widner no sólo se ha quitado los tatuajes; ha cambiado de forma de vida.
Es difícil saber cuándo dejó de profesar ese odio por los demás. Se casó en 2006 con una de las racistas más radicales de la National Alliance, otro mo
vimiento supremacista blanco, y tuvo un hijo. Los niños de su mujer también lo aceptaron como padre. Debió ser por aquella época cuando se dio cuenta de que su doctrina xenófoba era más odiosa de lo que él pensó en un momento.Pero el cambio de opinión no cambiaba su aspecto. Ahí, grabadas en su cara para siempre, estaban las evásticas, los símbolos del Ku Klux Klan y las palabras "odio" en sus nudillos. Era imposible no verlo como un matón. La gente que podía darle trabajo, darle de comer en restaurantes o venderle comida en tiendas así lo hacía. Sufría un comprensible rechazo social.

En cuanto dejó de infundir miedo, despojado del odio que tanto intimidaba antes, lo que le quedó fue una vida de perdedor. Y eso no era fácil cambiarlo. No podían pagar las operaciones para eliminar los tatuajes. Widner empezó a plantearse lavarse la cara con ácido y vivir el resto de su vida como un hombre desfigurado antes que como un retal del monstruo que fue.

Fue su mujer la que decidió poner a prueba la capacidad de perdonar de los suyos alrededor. Y cómo.Buscó al mayor enemigo de los supremacistas blanco, Daryle Lamont Jenkins, presidente de un grupo a favor de la tolerancia y los derechos humanos, un luchador nato odiado por los racistas porque suele publicar sus nombres, direcciones y declaraciones en su página web. Era algo así como si Osama Bin Laden hubiera llamado a la CIA para pedirles ayuda. Le contó la historia de su marido. "No importaba quién había sido o en qué había creído", cuenta Jenkins. "Era una madre dispuesta a hacer lo que fuera por su familia".

Así que hicieron un trato. Widner canalizaría la repulsión que sentía hacia sí mismo en charlas y 
conferencias para jóvenes. A cambio,Jenkins intentaría encontrar a un patrocinador que le costeara los 35.000 dólares que costaban las operaciones para quitarle los tatuajes y que pudiera empezar una nueva vida. Lo hicieron: Widner empezó a hablar por todos lados, en actos públicos, en reuniones privadas donde dio valiosa información sobre la banda que él mismo presidió y cómo se relacionaba con otros grupos del movmiento. El otro lado del trato se cumplió. Las autoridades encontraron un donante anónimo dispuesto a regalarle las operaciones a cambio de dos cosas: que nadie supiera nunca su nombre y que Widner estudiara un módulo o una carrera para hacerse un hombre de bien.
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